jueves, 18 de diciembre de 2014


“¿Qué quieres ser de mayor?” Es la pregunta que más te hacen cuando eres pequeño. Yo siempre tuve muy clara la respuesta: de mayor quiero ser veterinaria. Pero todo dio un vuelco cuando tuve delante los formularios para elegir carrera, mil dudas que acabaron por optar cuidar a las personas en vez de  los animales. Nunca me he arrepentido por esa elección, la carrera me llenó tanto como nunca hubiese imaginado. 

Empecé con muchísima ilusión, salía de casa para irme a estudiar fuera, piso de estudiantes, sin supervisión de los padres y por supuesto la ilusión de empezar a estudiar lo que sería mi futura profesión: la enfermería. 


Fueron tres años inolvidables, muy cortos por cierto


Y que más puedo decir, que gracias a la elección de la carrera y la ciudad, conocí a quien me acompaña día a día. A lo largo de esos tres años comenzaba a profundizarse las noticias de lo difícil que estaba siendo encontrar trabajo una vez que acabases, pues anteriormente se decía que antes de que finalizases los estudios ya te contrataban en los hospitales donde se realizaban las prácticas. 

Cuando comencé el tercer y último año, la crisis ya era insostenible y el miedo a no tener trabajo nos amenazaba cada vez mas. ¿Y que haremos cuando acabemos? ¿Seguiremos estudiando? ¿Separarnos cuando debamos volver cada uno a casa? De nuevo las mil dudas y los miedos en nuestras cabezas.

El fin de la universidad 
llegó, y largos meses repartiendo CVs sin respuesta... llevó a tomar la decisión más difícil.

Tras pensarlo una y otra vez, decidimos emprender camino juntos fuera de España.
 El 27 de enero de 2012. ¿Cómo olvidar ese día? el día de nuestro exilio. Fuimos prácticamente a ciegas, con el miedo en la piel y lágrimas en los ojos. 
Tras ese día no ha habido un solo día en que no piense cuando será el día de mi regreso. 

Dicen que cada comienzo es difícil, el mío en Alemania, no fue menos.  Fueron ocho meses los que trabajé en una residencia de ancianos, los ocho peores meses de mi vida. Meses que odié mi trabajo y el país que me echó, pues lo que vivía era un verdadero infierno.


Una luz en este camino se encendió cuando al tocar el auténtico fondo, encontramos una oferta de trabajo a 700 kilómetros. Al mes siguiente de la entrevista, empezábamos a trabajar en nuestro actual puesto de trabajo, “enfermeros en un quirófano alemán” (que bien sonaba esas palabras, aquellos últimos días de trabajo en la residencia). He de decir que existen infinidad de diferencias a la hora de trabajar en ambos países, aun también en un quirófano, pero dentro de lo malo es un buen trabajo. Disfrutar de lo que haces es fundamental y gracias a eso, sobrevivimos en este país.


Casi tres años ya desde nuestra marcha, muy largos por cierto. 


El exilio es duro, tan duro que las ganas de volver hace perder el miedo a volver sin trabajo, y sin nada. Que aunque “aún” tenga 24 años, y sea “jóven”, la “aventura” esta siendo ya más que suficiente.


En mi trabajo a veces paso horas mirando la pantalla de una laparoscopia, mientras instrumento la operación, y es inevitable que me ponga a soñar despierta. 

Aunque parezca una tontería para algunos, me pongo a soñar como sería este mismo trabajo en España, poder trasladar el quirófano y el puesto de trabajo a un hospital español; poder entender el 100% de lo que dicen mis compañeros en la mesa del quirófano, y unirme a la conversación sin dificultad ninguna, y dejar de sentirme como una inmigrante mientras hago el mismo trabajo que los demás.  Os puedo asegurar que no poder hacerlo, es una auténtica frustración.  Una frustración que a lo largo de las 8 horas y media de trabajo diario, a veces hasta 13, te come. 

Yo aun tengo esperanzas, pues dicen que es lo último que se pierde, las de poder volver al país donde nací y me formé, con un trabajo digno y no precario.


 Y poder decir al menos algún día, "todo esto ha merecido la pena".



Maria Hidalgo